Aquí a la botella donde continúo mi navegación solitaria por la red, llegan estupendas noticias sobre la capacidad de la administración asturiana para plegarse a presiones de colectivos interesados en mantenerse y eregirse como garantes de la conservación de nuestra naturaleza para perpetuar sus intereses sin tener en cuenta ni los datos científicos ni la lógica.
Se van a sacrificar los cormoranes (Phalacrocorax carbo) de los ríos asturianos hasta en un 20% nominal, muchos más si se tiene en cuenta que sólo se contabilizan los recogidos, no los abatidos, sin que exista un respaldo científico mínimo para esta medida. Ni por alimentación, ni por densidad, ni por cantidad puede justificarse la matanza. Sólo para satisfacer la demanda de las asociaciones de pescadores que no encuentran en su actuación, número de licencias, número de capturas, etc., ningún motivo de reflexión, pero tienen claro que son los cormoranes los que hacen desaparecer el salmón , la trucha o la anguila.
Este problema no dejaría de ser casi anecdótico si no fuese por la macabra repetición de actuaciones de este calado llevadas a cabo por nuestra administración medioambiental en los últimos años. Eliminación de camadas de lobos, de adultos, legislaciones que amparan caza indiscriminada, otros descartes de cormoranes... y todo ello amparado en un nulo respaldo científico.
Lo de la ciencia tiene cierta miga. Para poder establecer políticas de conservación de la naturaleza, o de su aprovechamiento racional, que tampoco está mal, se requiere conocimiento, pero no de cualquier tipo, si no conocimiento científico que avale la necesidad o no de una actuación de una legislación, de una conservación....
Mi abuela vive en una pequeña aldea casi deshabitada de Llangréu. Tiene 90 años lúcidamente llevados y una enorme capacidad de aprendizaje y adaptación.
Como casi todo el que ha vivido años del campo, lleva desde que tengo uso de razón, reutilizando y reciclando todo lo que puede resultar útil y haciendo cosas sencillas que mejoran su entorno.
Tiene una pequeña huerta que aún trata de cultivar y una plaga que trata de hacerla desistir: los caracoles. Podría utilizar alguno de los múltiples venenos para gasterópodos que hay en el mercado, pero hace algo más inteligente: recoge lo caracoles que encuentra en una lata, los machaca un poco para quebrar el caparazón y se los ofrece como alimento a sus gallinas que prácticamente enloquecen con el manjar. Resultado: beneficio para todos.
Pero hace unos años cuando comencé en serio a interesarme por la fauna que me rodeaba, descubrí asombrado que en la huerta de mi abuela hay caracoles comunes (Helix aspersa, Cepaena nemoralis), y además Caracol de Quimper (Elona quimperiana) gasterópodo protegido por la legislación europea y cuyas poblaciones sin ser florecientes, no son extrañas en Asturias. Pero está protegido.
Mi abuela aprendió a reconocer a ese tipo de caracol y dejó de recogerlo para sus gallinas. No le tiene especial aprecio pero entendió que se trataba de una especie escasa con una protección específica y que tampoco resultaba tan peligrosa su presencia para su pequeña huerta.
Se van a sacrificar los cormoranes (Phalacrocorax carbo) de los ríos asturianos hasta en un 20% nominal, muchos más si se tiene en cuenta que sólo se contabilizan los recogidos, no los abatidos, sin que exista un respaldo científico mínimo para esta medida. Ni por alimentación, ni por densidad, ni por cantidad puede justificarse la matanza. Sólo para satisfacer la demanda de las asociaciones de pescadores que no encuentran en su actuación, número de licencias, número de capturas, etc., ningún motivo de reflexión, pero tienen claro que son los cormoranes los que hacen desaparecer el salmón , la trucha o la anguila.
Este problema no dejaría de ser casi anecdótico si no fuese por la macabra repetición de actuaciones de este calado llevadas a cabo por nuestra administración medioambiental en los últimos años. Eliminación de camadas de lobos, de adultos, legislaciones que amparan caza indiscriminada, otros descartes de cormoranes... y todo ello amparado en un nulo respaldo científico.
Lo de la ciencia tiene cierta miga. Para poder establecer políticas de conservación de la naturaleza, o de su aprovechamiento racional, que tampoco está mal, se requiere conocimiento, pero no de cualquier tipo, si no conocimiento científico que avale la necesidad o no de una actuación de una legislación, de una conservación....
Mi abuela vive en una pequeña aldea casi deshabitada de Llangréu. Tiene 90 años lúcidamente llevados y una enorme capacidad de aprendizaje y adaptación.
Como casi todo el que ha vivido años del campo, lleva desde que tengo uso de razón, reutilizando y reciclando todo lo que puede resultar útil y haciendo cosas sencillas que mejoran su entorno.
Tiene una pequeña huerta que aún trata de cultivar y una plaga que trata de hacerla desistir: los caracoles. Podría utilizar alguno de los múltiples venenos para gasterópodos que hay en el mercado, pero hace algo más inteligente: recoge lo caracoles que encuentra en una lata, los machaca un poco para quebrar el caparazón y se los ofrece como alimento a sus gallinas que prácticamente enloquecen con el manjar. Resultado: beneficio para todos.
Pero hace unos años cuando comencé en serio a interesarme por la fauna que me rodeaba, descubrí asombrado que en la huerta de mi abuela hay caracoles comunes (Helix aspersa, Cepaena nemoralis), y además Caracol de Quimper (Elona quimperiana) gasterópodo protegido por la legislación europea y cuyas poblaciones sin ser florecientes, no son extrañas en Asturias. Pero está protegido.
Mi abuela aprendió a reconocer a ese tipo de caracol y dejó de recogerlo para sus gallinas. No le tiene especial aprecio pero entendió que se trataba de una especie escasa con una protección específica y que tampoco resultaba tan peligrosa su presencia para su pequeña huerta.
La colonia de caracol de Quimper no parece haber crecido en los últimos años, pero tampoco ha disminuido y sigue resultando dificil de ver, pero siempre se localiza alguno.
Mi abuela ha sido capaz a su edad de reconocer la importancia de los datos científicos, aplicar esos conocimientos y actuar en consecuencia. A eso se llama educación ambiental.
Si se aplicase la educación ambiental al caso del cormorán, se valorasen los conocimientos científicos, se buscasen soluciones alternativas y se actuase en consecuencia, seguro que no sería necesaria la matanza (o sí, pero con algún criterio).
Pero evidentemente, en primer lugar sería necesaria una inversión importante en investigación básica, en conocimiento de la dinámica fluvial de los ríos asturianos (sin intereses creados a priori), de la dinámica poblacional del ecosistema fluvial, de las características y necesidades de las distintas poblaciones interactuantes, etc.
Quizá a partir de dicho conocimiento básico pudiésemos tomar decisiones racionales y no viscerales.