El pasado mes de febrero cayó una gran nevada. Lejos de los calificativos de "histórica" o "nunca vista", lo cierto es que fue una nevada importante que acumuló grandes espesores en poco tiempo, y en muchos lugares sobre capas de nieve previas y en su mayoría heladas. Un cóctel explosivo para provocar aludes. Si además se suma un aumento repentino de las temperaturas... pues lo lógico es lo ocurrido: numerosas avalanchas de nieve.
He tenido la suerte de ser testigo de alguna avalancha, algún alud o ádene, pero siempre a una distancia agradablemente lejana. Suficiente para disfrutar del espectáculo, para sentir el atronador temblor que acompaña y estremecerme de nerviosismo y alegría por verlo de lejos.
Y el otro día pude de nuevo sentir la alegría de verlo de lejos, pero esta vez lejos en el tiempo.
Subiendo hacia Mumián, en el pequeño hayedo que se atraviesa nada más salir de L.lamardal, atravesé los efectos de un par de aludes en el bosque.
El primero descomunal, aplanó los árboles, los tumbó como palillos.
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