Hace unos años tuve un amor de
verano. Quince días de vacaciones intensos, llenos de descubrimientos, de
aventuras, de pasión, de paisajes, de playas de ensueño, de un mar cálido y
sorprendente, de bosques, de carreteras imposibles, acantilados rosa y
desfiladeros interminables. De ríos, cascadas, risa y canciones. Días de vino y
“maquís”.
Después el regreso, la nostalgia
y finalmente el recuerdo melancólico de los días felices.
Me traje algunas fotos, aromas imborrables
y un disco de música que hacía sonar a menudo.
Nunca creí poder volver a verla y
me resigné al recuerdo, a alguna fotografía esporádica y a unas pocas
canciones.
Y contra toda esperanza, este
verano volví. Fue una vuelta inquieta. Tal vez habían pasado demasiados años,
quizá ya no fuese como entonces. Quizá los recuerdos la habían idealizado, y no
fuese tan sorprendente, ni tan hermosa, ni tan alta, ni su agua tan turquesa…..
Pero al anochecer en el barco de
ida, cuando las montañas oscuras e inmensas van a morir a Capicorsu, ví
encenderse el faro y supe que no había perdido ni un ápice de belleza.
Y supe por qué hacía diez años le
había entregado mi corazón a Córcega, y por qué no la había olvidado.
Capicorsu, el punto más septentrional de la isla, al anochecer, desde el mar. |
I Forchi di Bavedda desde las playas de A Ghisunaccia en la costa este de Corsica |
Acantilados y ciudadela de Bunifaziu en el extremo sur de Corsica, justo frente a Cerceña. |
Maquis (formación arbustiva típica mediterránea), frente al mar. Al fondo Cerdeña. |
De la poca fauna a la que pude dedicar un poco de tiempo, destacaba la abundancia de odonatos |
Una maravilla, no me extraña que te enamoraras.
ResponderEliminarSaludos cantábricos.