jueves, 21 de abril de 2016

Berta no luchó por un río

A veces da vergüenza propia y ajena que noticias como la muerte de Berta Cáceres, como la de tantos otros activistas ambientales en Sudamérica y en otras partes del mundo, pase en silencio, sin pena ni gloria.

Da vergüenza porque esa muerte, como tantas otras silenciadas y olvidadas, no es solo por un río, no es solo por su pueblo, no es solo por una injusticia o por una ilegalidad, es por todo el planeta:

“Berta no luchó por un río, su trabajo no era local. Murió por algo de lo que todos somos responsables: por la biodiversidad del planeta. No podemos dar la espalda a su causa”.

Y el que así habla es  Gustavo Castro, activista mexicano, compañero de Berta, hondureña, y otro ejemplo de lo que la lucha por salvar el planeta de la rapiña significa en la frontera de la lucha por la biodiversidad que ahora mismo se libra en Sudamérica.

Y a mí, me da vergüenza por las veces en que me callo en los crímenes ambientales menores o mayores que se producen en mi pequeño territorio de Asturies.
Y por las veces que me quejo por los insultos o pequeños disgustos que mi escaso compromiso ambiental me causa.

Berta no luchó por un río.

Y por eso no debemos dejar que su ejemplo caiga en el olvido, ni en el silencio y por eso cada uno deberíamos luchar por nuestro río, nuestro mar, nuestra montaña, nuestra pequeña planta, nuestro pequeño árbol... porque ni es pequeño, ni es nuestro: es luchar por la biodiversidad de todos.




Así mataron a Berta Cáceres

Gustavo Castro el único testigo del asesinato de la conocida ecologista de Honduras, relata a EL PAÍS el crimen que conmocionó a Centroamérica. Ahora vive bajo protección



 FOTO Y VIDEO: Saúl Ruiz
Era cuadrada, plateada y grande. No pudo distinguir más. El arma estaba a sólo dos metros de distancia, apuntándole al rostro. Gustavo Castro se echó a un lado de la cama e instintivamente se cubrió con las manos. Iban a matarlo. Lo vio en la mirada del asesino, lo sintió cuando apretaba el gatillo. La bala le rozó el nudillo del índice izquierdo y, por muy poco, no impactó en su frente. Pero le rasgó la oreja izquierda. Lo suficiente para llenar todo de sangre y que el criminal le diese por muerto. Muy cerca, en la otra habitación, se oyó un desesperado forcejeo y tres detonaciones. Cuando Gustavo alcanzó a entrar, vio a Berta Cáceres en el suelo. Minutos después fallecería en sus brazos. Eran las 23.40 del pasado 2 de marzo. En aquella casa solitaria de La Esperanza, al oeste de Tegucigalpa, acababa de ser asesinada una de las más conocidas activistas ambientales de Centroamérica. Una indomable ecologista, tan respetada como odiada, que desde hacía tiempo sabía que irían a por ella.
Su muerte desató una ola mundial de indignación. Estados Unidos, la ONU, el Vaticano y Venezuela exigieron el inmediato esclarecimiento del crimen. Pero como tantas otras veces, después de la condena, llegó el silencio. Pasado un mes y medio todo sigue igual: bajo secreto sumarial y sin avances. En esta oscuridad, tan propia de Honduras, un país donde el 90% de los delitos quedan impunes, la última esperanza procede del ecologista y sociólogo mexicano Gustavo Castro. Es el único testigo del crimen. Y ahora, por primera vez, este hombre de maneras sencillas y sonrisa fácil ha decidido contar lo que vio.



La CIDH ordenó su protección. La policía hondureña debía custodiarla. Debía, pero no lo hizo

Castro, de 51 años, aterrizó en el aeropuerto de San Pedro Sula el pasado 1 de marzo. Director de la entidad Otros Mundos Chiapas, su objetivo era impartir un taller a integrantes del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), fundado por su colega Berta Cáceres. Ambos compartían un largo historial ecologista y llevaban cinco años sin verse. Tras pasar una primera noche en una casa de la organización, Berta invitó a Castro a la suya para que pudiese utilizar internet y comunicarse con su familia. Antes de ir, visitaron a su madre, una conocida partera y luchadora social hondureña, y cenaron ligero en el restaurante El Fogón. Luego se encaminaron a la vivienda, un sencillo cubículo rodeado de baldíos y protegido tan sólo por una valla perimetral. “Berta, esta casa no es segura”, fue lo primero que dijo Gustavo al verla.
Todo el mundo en Honduras sabía que Berta Cáceres estaba amenazada. Su larga lucha por los derechos del pueblo lenca, al que pertenecía, y su activismo ambiental le habían granjeado numerosos enemigos. Su último pulso los agigantó. Cáceres lideró, dentro y fuera del país, una inagotable ola de protestas contra la presa de Agua Zarca. Un enorme proyecto, con capital internacional, que afectaba al río Gualcarque, sagrado para los indígenas. Su estrategia, basada en la movilización de las comunidades, hizo mella. El Banco Mundial y la constructora pública china Sinohydrose retiraron. La compañía hondureña Desarrollos Energéticos SA (DESA) se quedó en la empresa.




Cáceres, por un momento, parecía haber ganado. En Estados Unidos le concedieron el prestigioso Goldman Enviromental Prizeel Nobel verde. Su resistencia le había traído notoriedad internacional, pero en Honduras la dejó marcada. En el curso de la protestas había caído de un tiro uno de sus compañeros del consejo indígena. Otros fueron heridos y torturados. Cáceres, madre de cuatro hijos, se había convertido en un objetivo obvio en una tierra donde, según la organización Global Witness, 111 activistas medioambientales han sido asesinados entre 2002 y 2014. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ordenó su protección. La policía hondureña debía custodiarla. Debía, pero no lo hizo.
La noche del 2 de marzo los dos activistas llegaron en un Volkswagen gris a la casa solitaria. “Reinaba un silencio profundo”, recuerda Castro. Ambos se sentaron en porche a charlar. El mexicano echó un par de pitillos y, sobre las once, se despidieron para ir a dormir. Castro se tumbó en su cama con el ordenador. Preparaba el taller del día siguiente cuando oyó un estruendo. Creyó que la alacena se había caído. Pronto se dio cuenta de su error. “¡Quién anda ahí!”, gritó Berta.
Los asesinos habían entrado por la cocina. Conocían bien la casa. Uno se dirigió a la habitación de la activista hondureña. Otro, a la de Castro. “No se esperaban que yo estuviese ahí. Pensaban que Berta iba a estar sola, porque la noche anterior su hija había volado a la Ciudad de México. Estaba todo planeado”. El sicario, sin dejar de apuntar a Castro, miró si había alguien más en la habitación; luego disparó a matar. “Me salvé por una milésima de segundo, sí me hubiese movido un poco antes o después, estaría muerto”.
Berta Cáceres no tuvo esa suerte. Tres tiros en el abdomen le dieron la despedida. En el suelo, moribunda, aún tuvo fuerzas para llamar a su colega. “Cuando llegué se estaba yendo. Me pedía que avisase por teléfono a su exmarido, pero yo no atinaba a pulsar las teclas. Le decía: ‘Bertita, Bertita, no te vayas’. Pero no duró un minuto, murió en mis brazos”.
Castro quedó solo. Empezó a marcar compulsivamente. Temía que los sicarios volviesen. El primer amigo tardó más de dos horas en llegar. Luego, policías y periodistas pisotearon la escena del crimen. Se decretó el secreto del sumario. El caso cayó en la oscuridad, y 12 días después, otro militante de la organización de Berta Cáceres fue asesinado.
Castro y las entidades indígenas exigen que se investigue como supuesta responsable a DESA, la empresa que fraguó el proyecto de Agua Zarca. De momento, la fiscalía no ha presentado ninguna acusación. Posiblemente nunca la haya. Es Honduras. Castro lo sabe. Pero ha decidido dar la batalla. “Berta no luchó por un río, su trabajo no era local. Murió por algo de lo que todos somos responsables: por la biodiversidad del planeta. No podemos dar la espalda a su causa”.

miércoles, 13 de abril de 2016

Pagar la juerga de las pedaladas

Todos nos llevamos las manos a la cabeza (con razón) cuando vemos el disparate del aeropuerto de Castellón (vacío), o el no menor disparate de la estación de esquí en seco en mitad del páramo en Valladolid.

Una estación de esquí de superficie artificial cerca de Tordesillas en la que se gastaron 12 millones de euros, no tiene uso y nadie se responsabiliza. (Fuente:  despilfarropublico.com)

En Asturies tenemos nuestros propios disparates hipermillonarios como la resgasificadora del Musel (más de 370 millones € sin previsión de uso y encima ilegal), el túnel del metrotrén de Gijón (100 millones y lo mismo) o la pléyade de instalaciones relacionadas con el medio ambiente, infrautilizadas o directamente abandonadas como el centro de interpretación del Urogallo en Tarna (675.000€), La Casa del Agua, también en Redes, el Centro de Interpretación y Observatorio de Aves en Bayas (3 millones de € del ala), el centro de Recuperación de Fauna (otros 6 millones de € por el desagüe en Redes).

Unas son fruto de la mala planificación y la megalomanía. Otras, por desgracia son fruto de lo anterior y de una perversa interpretación de la mejora de las condiciones de los espacios naturales protegidos y de la inversión por habitante que se hace en los mismos.

La lectura que se hizo durante mucho tiempo, y aún se hace, respecto al éxito de un espacio natural protegido en Asturies, es el número de visitantes y la inversión pública por habitante.

Evidentemente estos dos indicadores son válidos para un modelo economicista y extraordinariamente simple de la gestión de un espacio protegido, aunque también dan idea de lo que realmente importa en ellos: cero inversión en investigación, cero en educación, cero en protección (se incluyen en protección pagos de daños de fauna salvaje o subvenciones para desbroces ¿!!!!?)

Entre tanto despilfarro salvaje, obras camufladas de mejoras y vendidas como inversiones pasan desapercibidas y son consideradas como ejemplos de modelo de gestión del espacio protegido.

Así en Somiedo,(1.400 habitantes como mucho pero un patrimonio natural inigualable) se ha gestionado la inversión pública de prácticamente 2 millones de €  en un área industrial para casi regalársela a una empresa privada que aún no ha hecho la inversión prometida:

"Para la compra de terrenos, la redacción del proyecto del área industrial y las obras de construcción del polígono, el Ayuntamiento de Somiedo firmó un convenio con el Principado de Asturias, a través del Instituto de Desarrollo Económico del Principado de Asturias (IDEPA) por valor de 1,3 millones de euros. A esta inversión se suman 400.000 euros financiados por la Dirección General de Carreteras del Principado para la construcción de un nuevo puente sobre el río Saliencia. 

Una vez que el área industrial de Veigas estuvo finalizada, el Ayuntamiento la vendió, mediante un concurso público de acuerdo a los precios estimativos para áreas industriales en zona rural, por 110.000 euros a Aguas de Somiedo, empresa de capital catalán. En ese momento, los terrenos pasaron a ser privados y se comenzó el estudio de las aguas que finalizó la declaración de utilidad pública del agua mineral natural del manantial de Ríos de Bobia, cerca de Veigas." (Hemeroteca de La Nueva España)

Área industrial de Veigas. Actualmente abandonada. (LNE)

Para esto además se modificó la zonificación del Parque Natural a gusto y necesidad de la empresa. Todo esto en 2009. Nada más se supo, salvo la posible petición de la empresa (imposible de confirmar) de  ampliar la carretera de Somiedo a la altura de La Malva para que los supuestos tráilers de agua embotellada pudiesen maniobrar. 

También en Somiedo ese mismo año (sobraba la pasta) se mejoró la antigua pista de acceso a los Lagos de Saliencia. Una pista sin asfaltar a la que después de muchas mentiras e incumplimientos se le dio el uso que era de temer y algún otro.  Este desaguisado lo pagó el principado y luego le cedió la titularidad la gestión al ayuntamiento.

El que era de temer era el uso turístico masivo, incluso con mentiras que ahora se promueven en el periódico (aún resuenan las palabras que afirmaban que la carretera a la Farrapona no se limpiaría de nieve en ningún caso puesto que no tenía comunicación con ningún pueblo y en invierno no había uso en las brañas, tal y como ocurría y aún ocurre en La Cubilla)
Quitanieves en marzo de este año  2016 abriendo paso a los turistas (LNE) 

El otro uso no lo ví venir. Fue una jugada maestra, he de reconocerlo. Y ni me enteré. 

Nada más terminar de asfaltarla (nada de la primera opción de zahorra manteniendo el firme original, nada de alquitrán especial de color marrón para que no produjese impacto paisajístico, nada de badenes en las rectas para evitar el abuso de la velocidad, nada de marcar un lateral para el uso senderista... nada de lo prometido) al mes o poco más, ya salió la intención de hacer de La Farrapona, un final de la Vuelta Ciclista a España (otra empresa privada, no debemos olvidarlo)

Así que con la excusa de que si se hacía la subida a los lagos de Covadonga, que era Parque Nacional, no había impedimento posible, al año siguiente "voilá" se hizo posible el final de etapa.

Un macroevento deportivo, como otros que se van sumando en Somiedo, que poco o nada tienen que ver con la conservación de una Reserva de la Biosfera, pero que da uso a inversión pública innecesaria.

Ahora ¿qué ocurre?. Pues que el espectáculo debe continuar. Y ya hay otros lugares de Asturies y fuera de Asturies, donde se asfaltó para la Vuelta (Brañillín sin ir más lejos) y la competencia es dura.

¿Qué pedirá esta empresa privada que organiza la Vuelta, a las arcas públicas para que el "show" se mantenga? ¿Asfaltar el tramo de la Farrapona a Torrestío? 

O mucho mejor aún:

¿Pedirá asfaltar la pista que une La Farrapona con el Lago de la Cueva y las praderas de Camayor?

A mayor es la barbaridad, más probable que sea esa la ocurrencia.

Más dinero público (con excusa irrenunciable) para el pozo de destrucción de Somiedo y de todo el Paraíso Natural .

¿Serán capaces de tal barbaridad? ¿Se saltarán de nuevo todas las razones para continuar con la destrucción del patrimonio natural de todos los asturianos (y del mundo, puesto que es Reserva de la Biosfera de la UNESCO) para favorecer a una empresa privada y el afán de protagonismo de unos dirigentes iluminados?

¿Quién pagará después la juerga? ¿Qué excusa daremos esta vez? ¿El interés público? ¿La conservación de los usos tradicionales? ¿El ciclismo como uso tradicional en Somiedo? ¿La mejora de las condiciones de vida de los somedanos?, ¿de los osos?

lunes, 11 de abril de 2016

Olas, dunas y paseo. Salinas - Espartal





Que las dunas de L'Esparta están en retroceso puede observarse casi cada día. Y que los aportes de arena en las playas de Salinas y San Juan, van y viene, eso puede constatarse a diario, y casi a diario aparecen noticias al respecto.

sigue subiendo el nivel del mar y van variando las condiciones ambientales con más y más potentes temporales, y además se sigue dragando más y más profundamente la Ría de Avilés, la Vegona volverá a ser pronto una marisma y las olas llegarán de nuevo a Raíces.

Pero hoy simplemente contemplaba el oleaje de este invierno tardío, después de un verano interminable y disfruté del espectáculo de las olas rompiendo en el paseo de Salinas, de las olas de resaca (muy espectaculares) y de la erosión de las dunas que se desmoronan literalmente ante nuestros ojos.

Las olas levantadas por el viento del sur

Olas de resaca

Oleaje golpeando el paseo en la zona del Club

Más olas de resaca

Las olas barren el paseo aprovechando que hay más arena que en pleno invierno: suben más alto

Cuando la ola retrocede tras chocar contra el muro con la resaca y se topa con la siguiente, se producen olas muy espectaculares



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