lunes, 9 de abril de 2012

La quemé porque era mía


En Larón, a la salida del nuevo túnel del Rañadoiro hay una fila de paneles informativos luminosos y semáforos tan incongruentes con el entorno como las plantaciones de pino en mitad de las fincas que rodean esos pueblos, a su vez parte del Parque Natural Fuentes del Narcea.

Larón y sobre todo La Viliella son dos pueblos incrustados en lo mejor del Parque, en el borde de Muniellos y sus vecinos llevan toda la vida explotando el territorio tal y como les dictaron las necesidades de cada momento. No son evidentemente "jardineros del paisaje", pues ese tipo de apelativo sólo puede ponerlo un urbanita que ve el monte como un jardín impoluto, y es además uno de los conceptos que más daño está haciendo a la conservación de la naturaleza en Asturies.

En la Viliella reconocen que "No viene nadie de fuera a quemar el monte". ¡Pues claro que no!, ni en la Viliella, ni en el Valledor, ni en Gúa, ni en Llanes, ni en Ricau, ni en ninguna parte de Asturies. Unas veces por imprudencia, otras por demencia, pero las más por una mezcla de despecho, desprecio, un sentido de la propiedad mal entendido y sobre todo una especie de venganza o sentido de la justicia que se va cociendo lentamente en la cabeza de muchos que llevan toda su vida viendo como el modo de vida de los pueblos desaparece, como las leyes vienen de fuera, como la administración es un ente que no comunica ni dialoga y que sólo impone unas leyes y normas que nadie les ha consultado y que no tienen porqué compartir.

El Parque de Fuentes tiene varias diferencias fundamentales con el Parque Natural de Somiedo, (que se quemaba menos desde la declaración de Parque, aunque ahora vuelve a repuntar) las más importantes son el régimen de propiedad mayoritariamente privado o comunal (de mano común, es decir montes sin división real pero de propiedad particular lo que implica ponerse de acuerdo por unanimidad en los usos y rencillas que pueden dar lugar a tomarse la justicia por su mano a quien no se vea compensado de alguna forma), que en Somiedo es en realidad mayoritario el monte público, una economía que ha pasado de basarse en la minería, con los sueldos que eso conlleva, a desaparecer buena parte de esa economía boyante achacándose el cierre de minas a la creación del Parque (aunque no es cierto en absoluto) e interpretándose las salidas de ganadería y turismo como un empeoramiento, mientras que Somiedo ya no tenía minas y su economía basada casi en exclusiva en la ganadería sólo podía mejorar.

Por último y más importante: en Somiedo, el Parque, su creación se consensuó con los habitantes, se explicó y se informó. En Fuentes, si todo esto se hizo, no se hizo bien, la información no llegó a calar y al menos la sensación que transmiten sus habitantes es que no se les consultó; que se les impuso, y así lo transmiten de palabra y en algunos hechos curiosos como los carteles que jalonan todo el Parque en los que añaden, quitan y ponen. Así se ve en la señal "oficial" que es modificada por los vecinos de Larón.


El fuego no tiene lógica en la ciudad, no entendemos la lógica de destruir aquello de lo que vivimos, de destruir algo que tardará años en recuperarse. Pero en algunos lugares hay una lógica perversa en el fuego. El fuego no sólo se usa para limpiar la maleza, no sólo se usa para abrir lugares de pasto al ganado, el fuego es una manera de protestar, de vengarse contra la desaparición de un modo de vida, contra unas normas que les parecen injustas, contra verse convertidos en "aborígenes" en un entorno que todos consideran maravilloso pero en el que no viven.

Muchos de los habitantes del mundo rural consideran que las normas, la protección del medio natural, la ordenación del territorio, son injerencias en "su" monte, en "su" bosque y en "su" mundo.
Tal vez.

Pero hace falta mucha pedagogía, que no se ha hecho, y también mano dura (que no se ha tenido) para hacer recordar que el hecho de que tu casa sea tuya, no te da derecho a matar a nadie dentro de ella, ni a cometer delitos dentro ni fuera, que estás obligado a cumplir las normas de urbanismo, a evitar que el abandono haga daño a otros, etc.
Convencer a los habitantes del mundo rural de cambiar los usos del fuego requiere algo más que medidas desde la ciudad (que también), requiere un cambio de mentalidad mutuo, respeto a la forma de vida del campo, ayudas vinculadas a la conservación, no a la producción en exclusiva.
Y requiere que se combinen la aplicación de las leyes y el la educación para evitar el uso del fuego. Incluso si se requiere la aplicación del fuego de forma controlada podría regularse.
Pero no cabe duda que no van evitarse los incendios desde la ciudad. Y tampoco van a evitarse recortando los servicios de extinción de incendios.


En primer plano terreno quemado y vegetación tras el fuego. En la otra ladera se observan las cicatrices del fuego y lo lentamente que se recupera, incluso como es el caso en los límites de Muniellos.


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